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El jardinero

EL JARDINERO 

( Versión adaptada por José F. Pérez )

                                   "Correteando por el jardín de Klimt" Lisa Ballard


La escena era imponente, toda la tierra aparecía blanca, cubierta de un grueso manto de nieve, no había ni una hierba, ni un árbol que recordasen al viajero que tales cosas existían; sólo la blancura perdiéndose en el horizonte. Desde lejos, el viajero se destacaba como un punto negro en aquella inmensidad, pequeño, solo.
Algo muy importante debía haberle llevado hasta este paraje, una fuerza superior debía sostenerle pues sólo un corazón muy valeroso podría atreverse a enfrentar estas soledades.
- Dame fuerzas mi Dios, no me abandones, muchos días llevo en este sendero y sólo encuentro soledad, frío, desesperación... ¿Habré equivocado el camino? ¿Me habrá engañado la voz que escuché?
Mi visión cada vez se acorta más, la niebla y el viento blanco me cierran el paso, pero mi determinación está tomada, si no encuentro lo que busco, aquí quedaré.
Cuando se ha visto por un instante la Luz, no se puede vivir ya sin ella.
Así pensaba el viajero mientras con paso cada vez más débil seguía la difícil ruta. La nieve se arremolinaba ante él, lo envolvía como queriéndole detener para que no llegara a su meta. De pronto su pié resbaló, su cuerpo cansado, agotado, cayó. Quedó postrado de rodillas en el suelo inmaculado, sus ojos ya casi no veían, la desesperación iba ganando su corazón. Pero entonces el viento barrió un poco las brumas que lo envolvían y allí, algunos pasos más adelante había algo.
Primero un contorno borroso que se confundía con la blancura de la nieve pero no cabía duda, allí estaba lo que el viajero buscaba.
- Gracias Dios mío, no me has abandonado.
Se levantó lentamente, ya no sentía el cansancio, las dudas se habían disipado. Avanzó sin prisa, extasiado, a su paso la fina ventisca se iba abriendo dejando ver una alta muralla que se perdía hacia ambos lados. Frente a él se destacaba un Portal de gruesas maderas. Nuestro viajero se arrimó cauteloso, tras unos instantes de vacilación se irguió y con decisión golpeó una, dos, tres veces.
Luego el silencio, la espera. ¿Le recibirían? ¿Le considerarían digno? Todo era tan desolado, tan desierto que llegó a preguntarse si realmente alguien viviría allí.
El frío se hacía sentir cada vez más y la duda también. El tiempo transcurría y nada, ¿Llamaría nuevamente? Ya lo iba a hacer cuando percibió un leve crujido y vio que una pequeña ventana se abría. A través de ella pudo ver un par de ojos que le observaban atentamente. Luego sin mediar palabra se volvió a cerrar y después la gran puerta se entreabrió, pesada, lenta, tal vez hacía mucho tiempo que no se abría. La nieve acumulada en sus rincones cayó sorda al piso.
De este lado el espacio era inmenso, el sol brillaba esplendoroso, iluminando bellos jardines; reinaba una armonía que se podía oler, palpar, respirar. Todo estaba rodeado de caminos bellamente trazados por entre las plantas y las flores.
En los lugares más apartados se veían cómodos bancos que servían de reposo y lugar de meditación a los monjes que allí vivían. Se percibía un silencio muy especial en el que se escuchaba algo indefinido. Tal vez una melodía. Era un silencio lleno de vibraciones calmantes, relajantes. A lo lejos se divisaba un grupo de casas blancas con grandes galerías. Por ellas iban y venían los habitantes dedicados a sus tareas, lentamente el viajero cobró conciencia de sí mismo, entonces buscó alrededor alguien a quien dirigirse. Nadie había cerca.
Comenzó a caminar por un sendero y de nuevo tuvo esa sensación de irrealidad interior, pues las distancias tenían distinto significados aquí dentro. De pronto lo que parecía estar cerca, se alejaba cuando él trataba de arrimarse.
En un recodo del camino, sorpresivamente, se encontró con un anciano que con gran atención estaba trabajando la tierra. Nuestro viajero se detuvo esperando que aquel se percatara de su presencia, pero pasaron los minutos y el viejecito seguía concentrado en su labor, cuando ya no pudo soportar más la situación, el viajero tosió suavemente. Ejem, ejem, ejem.
Pero nada, entonces no tuvo más remedio que interpelarlo.
- Buen hombre ¿Puedo interrumpirle un momento?
El anciano lentamente se volvió apoyando su herramienta en un arbusto. Luego sus ojos se clavaron en el rostro del viajero. ¡Pero que ojos, Señor! Nunca en su vida nuestro hombre había visto ojos iguales, mirarlos era como mirar al cielo, allí cabría un universo de belleza, de poesía, de Amor. La dulzura que emanaba de ellos embriagaba, casi hacían doler el corazón. Había en ellos una vibración tan especial que nuestro viajero casi cae al suelo de rodillas.
- Disculpa hermano, no te había oído llegar. Ocurre que cuando cuido mi jardín me concentro tanto en el trabajo que olvido todo lo que me rodea. Discúlpame, te lo ruego.
- Señor. Soy yo quien le pide disculpas, pero soy nuevo aquí y estoy desorientado.
- Si. Ya veo que eres nuevo aquí.
- Recién acabo de llegar o al menos eso es lo que creo, pues he comenzado a dudar de mis sentidos externos.
- Tienes razón. Mira esos muros, ellos separan dos mundos, aquí adentro la realidad es distinta de lo que se llama comúnmente realidad. Aquí es Realidad. Allá sólo apariencia. Pero dime ¿qué andas buscando por estos parajes tan apartados y hostiles?
- Bueno, yo busco sabiduría, busco a Dios.
- Vaya, vaya, pues sí que te has propuesto algo difícil, ¿eh?... muy difícil.
- ¿Usted podría ayudarme, venerable anciano? Estoy como perdido. Soy nada más que un forastero y no sé que debo hacer.
- Nadie es aquí un forastero, todos somos hermanos, todos somos uno y en nuestra aparente multiplicidad todos sufrimos y nos alegramos con todo.
- Ah. Que hermosas palabras dice. Me traen gran consuelo, pues mi corazón está destrozado por las luchas y los errores que he dejado tras esos muros.
- Debes tener presente que esas luchas y esos errores que tú mencionas son indispensables. Son parte de la enseñanza. Sin esas experiencias no hubieras tenido fuerzas para llegar hasta aquí. Es más, me atrevo a decirte que el guardián no te hubiera admitido si no hubiese visto en ti las heridas y las huellas que dejan esas luchas.
- Pero yo me siento tan pequeño ante su presencia, me considero indigno de estar aquí. Usted en cambio se ve tan limpio, tan inmaculado...
- Detente hermano forastero, no atormentes inútilmente tu mente y tu corazón. Yo también he luchado y he caído mil veces.
- ¿Usted? ¡no lo puedo creer! ¡No se le ven cicatrices!
- Claro. Lo que ocurre es que cuando se trabaja duro y en el sentido correcto, las cicatrices desaparecen. Es como si tomaras un nuevo cuerpo purificado, sublimado por el fuego del dolor.
- Le puedo asegurar que mucho he sufrido, pero no obstante siento todavía que muchas impurezas llenan mi ser.
- Sucede que existen dos medios por los cuales aprendemos las enseñanzas de la vida. Uno de ellos es el "dolor" que purifica pero que es muy lento. Enseña, sí; pero muy despacio. Es el camino que transitan los que viven en el mundo del que tú vienes, por eso le llaman un valle de lágrimas. ¿Entiendes?
- Sí, pero ¡Y cuál es el otro camino?
- El otro es más difícil de explicar, cuesta más comprenderlo. EL OTRO CAMINO PARA APRENDER, PARA ACERCARNOS A DIOS es el camino de la "Conciencia Despierta".
- ¿La Conciencia Despierta? ¿Y cómo? ¿Cómo es eso?
- Es difícil, ya te dije, sólo puedo agregar que el que encuentra este camino, el que despierta su conciencia ya no necesita más sufrir. El dolor deja de ser su maestro para serlo ahora la "Comprensión de las leyes cósmicas”, de allí en adelante esa es la guía.
El hermano forastero admirado ante la sabiduría de este humilde jardinero sintió prisa por obtener toda la sabiduría que adivinaba se encerraba en aquél lugar. Cual no sería la sabiduría que podría obtener de los maestros de aquél monasterio si el simple jardinero sabía tanto. El anciano suspiró profundamente, tal vez leía el pensamiento de aquel hermano viajero. Con un semblante amable pero de pronto algo cansado, le dijo:
- Amable hermano, ¿Te gusta la Jardinería? porque yo solamente puedo enseñarte eso, a trabajar la tierra, a cultivar un jardín, a trabajar con los elementos de la naturaleza; compréndeme.
- Bueno, en realidad yo he caminado mucho y he afrontado verdaderos peligros en busca de conocimientos, Perdóneme, pero esa es la misión que me impulsa. No quiero herirle, amado hermano, comprendo que cada uno tiene aquí una misión especial.
- Así es, hijo, así es.
- Al llegar vi hermanos enfrascados en profundas reflexiones, concentrados en graves problemas; creo que eso es lo que busco, la sabiduría al más alto nivel.
- Tienes razón, por ahora ese es tu camino, tal vez más adelante te interese esto.
- Me informaron que aquí, en este lugar santo estaba guardada toda la más grande sabiduría, me dijeron que vuestro Superior tenía toda la sabiduría arcana, todos los secretos y eso he venido a buscar. Ese es el camino que entiendo debe llevar a Dios.
- Tienes razón nuevamente. Ese es tu camino. Mira, ¿ves aquellas casas blancas sobre la colina?
- Ah, sí, sí...
- Bien, ve allí. Tal vez entre sus paredes encuentres lo que buscas. Hay muchos hermanos dedicados a esos estudios, y si eres digno y si te esfuerzas por alcanzar la sabiduría, tal vez
puedas ver a nuestro Superior, el Gran Maestro.
- Gracias hermano. Espero... espero que no esté enojado conmigo.
- No tengas cuidado, y ya sabes, yo sólo soy el jardinero.
- Le prometo que si algún día tengo tiempo vendré para que me enseñe a cuidar el jardín y adornarlo con lindas flores.
- Te espero. Trata de hacerte un lugar; da muchas satisfacciones trabajar la tierra, plantar semillas, verlas germinar, crecer, ver como se convierten en árboles, en flores... ve hijo mío, ve con Dios, que mi corazón te acompañará también.
El hermano forastero se despidió amablemente del anciano, y con paso presuroso se encaminó al grupo de casas blancas. A lo lejos, el anciano se había inclinado nuevamente sobre sus queridas plantas y trabajaba pacientemente, humilde, silencioso.
Mientras más rápido caminaba, más lejos parecía su destino. Extrañado aflojó el paso, se acomodó al ritmo de los que allí vivían y cosa rara, mientras más despacio iba más se acercaba a su meta. Esta fue la primera lección que recibió en aquel extraño lugar. Finalmente se instaló allí, muchos meses pasó el viajero estudiando. Profundizó las matemáticas que él ya dominaba pero conoció el lado místico de los números, su significado oculto. Se instruyó en el arte de curar que también conocía pero estudió y comprendió como funcionan las Leyes Cósmicas a través de la naturaleza. Practicó luego las Artes en ese estado de exaltación que da la visión mística.
Participó, en fin, de innumerables clases, foros y experiencias alcanzando gran sabiduría. Ya concluidos todos los estudios, el hermano forastero se consideró listo para solicitar una entrevista con el Gran Maestro, llamó entonces al guía quien se presentó presuroso.
- Amado hermano, creo que ya he profundizado todas las enseñanzas que se dan aquí, creo estar preparado.
- Bien, pero antes quisiera preguntarte algo muy personal.
- Pregunta hermano, pregunta.
- Quiero que me respondas con absoluta sinceridad pues esto es fundamental.
- Sí, sí, así lo haré.
- Dime hermano. ¿Cómo te sientes con respecto a Dios?
- ¿Qué cómo me siento con respecto a Dios? No entiendo.
- Así de sencillo es. Cómo te sientes, ¿Más cerca de Él?, ¿Más cerca del fin?
- ¿Más cerca del fin?
El rostro del forastero se había ensombrecido, ya no irradiaba tanta seguridad, miró al hermano guía que lo contemplaba lleno de Amor y comprensión, ciertamente aquél hermano era sabio y había tocado en lo profundo de su corazón. El día era claro, fresco, trasparente. La
armonía del lugar hacía presentir la presencia de Dios en cada cosa, en las flores, en las aves, en la brisa. Todo era un canto de alabanza para el Creador. El guía retomó la palabra.
- Sí, hermano. ¿Cuál es nuestra meta? ¿Para qué caminamos? y ¿Hacia adonde caminamos?
- Sí, ya sé. No digas más. Comprendo.
- ¿Y bien?
- Te responderé como lo has pedido, con sinceridad. Pensé que aprendiendo lo que me enseñaban aquí me acercaría a la perfección, me elevaría hacia Dios. Pero te lo confieso con pesar, estoy un tanto desilusionado. No me siento como tú has dicho, más cerca de Dios. Lo lamento mucho pero creo que he fracasado.
- Bien, muy bien.
- ¿Cómo dices? ¿Bien? ¿Acaso te burlas de mí?
- No, al contrario, digo bien porque así es. Si tu respuesta hubiera sido otra, si te hubieras manifestado conforme con lo que has aprendido, nada más podríamos haber hecho por ti. Pero en cambio si te sientes realmente disconforme con el camino seguido o con los resultados obtenidos, entonces sí podremos trabajar en serio.
- ¿Trabajar en serio? ¿Y todo lo que he estudiado y aprendido en estos largos meses?
- Eso es sólo la preparación, recién ahora comienza el verdadero trabajo, aquello preparó la tierra para poder recibir la semilla.
- Quieres decir que todavía no estoy listo para ver a nuestro Superior.
- Exacto, todavía no es el momento.
- Y bien, dime que debo hacer ahora, porque ya he recorrido todas las aulas, todos los estudios, todo lo que se enseña aquí.
- No todo. Ahora viene lo más difícil. Debes aprender Jardinería.
- ¿Jardinería?
- Si hermano, jardinería. El que no sabe cultivar su jardín, no puede verle a Él.
- Me dejas perplejo.
- Sólo será por poco tiempo, pues en cuanto hables con el Maestro jardinero comprenderás lo importante de ese trabajo, de ese arte.
- Está bien hermano, mi decisión es inquebrantable, mi meta es llegar a Él, obtener la iluminación, no cejaré en mi empeño.
- Bien, eso es lo que nos gusta de ti, pues muchos flaquean ante estas pruebas de paciencia y de humildad.
- ¿Qué debo hacer, hermano guía?
- Mañana, con las primeras horas del alba preséntate ante el hermano jardinero y dile que vas para que te enseñe a cultivar el jardín. Dile textualmente: "Maestro, he encontrado tiempo para dedicarme a cultivar mi jardín" Él comprenderá. Te deseo mucha suerte, pues la tarea no es fácil pero el premio bien justifica el esfuerzo.
- Gracias hermano.
El guía se alejó con paso cadencioso, todo en él irradiaba armonía. Nuestro amigo le miró alejarse, la tarde comenzaba a declinar, era la hora propicia para la meditación y bien que la necesitaba, ahora más que nunca. Su mente trabajaba febrilmente, quería comprender.
La mañana le sorprendió casi sin haber dormido, se levantó presuroso, hizo sus trabajos místicos y partió ansioso hacia el lugar donde al llegar había conversado con el jardinero. Quería llegar antes que él para observar el jardín, ver si descubría algo especial que lo guiara. Llegó al lugar cuando todavía no se borraban las últimas estrellas. El rocío perlaba ricamente las plantas y las flores, había un mágico encanto en aquella hora que precedía a la salida del sol. El silencio sólo era roto por un acompasado y rítmico golpe. Nuestro amigo quedó sorprendido pues allí estaba el anciano trabajando, encorvado sobre la tierra.
- Buenos días hermano jardinero, vengo a decirle que he encontrado tiempo para dedicarme a cultivar mi jardín.
Ante estas palabras el anciano quedó quieto, estático por breves momentos, luego se irguió en toda su estatura. No era ni tan pequeño ni tan viejo.
- Bienvenido aprendiz de jardinero. Me alegro que hayas encontrado tiempo para aprender este difícil trabajo.
- Pero Maestro ¿no descansa Ud. nunca?
- No. Una vez que comienzas a trabajar la tierra y cultivar el jardín no puedes descansar jamás, debes dedicarle todas las horas del día y más aún. Ya comprenderás por qué es así. Ocurre que la tierra se vuelve fértil y todo, incluso las malezas pueden prosperar más rápidamente. Hay que trabajar mucho.
- Realmente no comprendo todo esto, para qué me servirá aprender a cultivar la tierra.
- Primero debemos saber cuál es la tierra que vamos a cultivar, eso es lo fundamental; pero, ahora perdóname un momento, espera que luego seguiremos conversando. Tengo que arrancar esas malas hierbas que crecen por todos lados. Ven, ven aquí, arrímate, observa ¿Ves? debes aprender a defender tu jardín de estos hierbajos.
- Pero no veo nada extraordinario, Maestro.
- Hum, claro, porque ahora son muy pequeños pero si los dejas crecer pronto esta cizaña tapará y sofocará las más bellas flores del jardín, hay que arrancarla de raíz porque es muy peligrosa.
- ¿Y cómo se llama esta hierba?
- Esta hierba arruina muchísimos jardines, ¿sabes? se llama ORGULLO.
- ¿Orgullo?
- Si, orgullo.
- Oh, no. Que ciego he sido todo este tiempo.
- No te reproches hijo mío. Las enseñanzas llegan a su debido tiempo, antes no habrías comprendido nada. Es como dice el refrán: "cuando el discípulo está listo, el Maestro aparece".
Sin embargo, si eres buen observador, podrás apreciar que el Maestro siempre está presente. Lo que pasa es que no le vemos, pasamos a su lado y no le reconocemos.
- Tiene razón. Y esto me trae a la memoria que en una conversación anterior usted mencionó que hay dos caminos para aprender. Uno era el dolor, y el otro era... era el despertar de la conciencia. ¿Por qué no me habla más de esto último, que es el despertar?
- Simplemente eso, despertar, estar alerta.
- Sí, pero ¿alerta de qué?
- Aquí está la clave, recuerda que yo soy el jardinero de mi jardín y tú debes ser el jardinero de tu propio jardín; nadie puede cultivar la tierra ajena y tú ya has adivinado de qué jardín y de qué tierras se trata. Bien, escucha hermano forastero, debemos estar atentos, alertas, vigilantes para seleccionar las semillas que plantamos en nuestro jardín, en nuestra mente, pues esta tierra es muy fértil y cualquier semilla, ya sea que la traiga el viento o la arroje algún mal intencionado, cualquier semilla, te repito, crecerá fuerte y lozana y por eso hay que vigilar.
- Comprendo sus palabras, hermano jardinero, es sin duda una labor difícil pero esta es la clave para acercarnos a Dios.
- Así es, debemos cultivar nuestro jardín interior, nuestra mente, pues de allí saldrán nuestras flores, las que obsequiaremos a Dios y que a Él tanto le agradan.
- En qué puedo ayudarle.
- Por hoy es bastante, retírate ahora a la soledad y medita sobre todo lo que hemos hablado, mañana seguiremos.
Profundas meditaciones ocuparon la mente de nuestro hermano forastero. Un amplio panorama se abría ante él. Esa noche, en sueños, se vio trabajando afanosamente la tierra, era dura, reseca, por momentos no cedía a los golpes de la azada; estaba empapado, sudoroso por el esfuerzo, las malezas lo querían aprisionar y el luchaba desesperadamente. Cuando despertó, el cuerpo le dolía a tal punto que dudó de que aquello sólo hubiese sido una pesadilla. Es tan difícil separar lo real de lo imaginario. Presuroso se encaminó al jardín del Maestro, le encontró sentado, pensativo.
- Buenos días, Maestro.
- Buenos días, hijo.
- Me extrañó no escuchar el golpe de su azada.
- Hey, mira, de vez en cuando es bueno y necesario para ver los resultados del trabajo, indispensable apartarse un poco del escenario del mundo con sus ruidos y ver y observar los
resultados como si fuéramos extraños, analizar las plantas que han crecido, ver los colores de las flores, en fin, analizar y meditar sobre todo lo que se ha estado haciendo.
- Ah, Maestro. Si usted supiera que noche he pasado, he tenido una pesadilla terrible, cuando desperté, estaba como apaleado, adolorido.
- Y así tiene que ser, hijo, no sólo en el día trabajamos en el jardín, de noche también, y es en ese momento cuando podemos recibir ayuda o instrucciones especiales. La labor es inmensa, pero también la ayuda que recibimos es grande. Los Maestros jamás nos ponen pruebas que sean superiores a nuestras propias fuerzas.
- Cada vez estoy más maravillado.
- Bueno mira, ahora quiero llevarte a que mires un jardín, ven, acompáñame.
Ambos cruzaron un inmenso patio, atravesaron largas avenidas bordeadas de hermosos árboles multicolores, hasta que se detuvieron ante un bello jardín.
- Mira este jardín ¿te gusta?
- Si, realmente tiene flores preciosas y una distribución muy armoniosa.
- Hum, este es tu jardín, aquí trabajarás.
- ¿Este es mi jardín?
- Si, aquí se reflejará el trabajo que tú hagas en tu mente, así tu trabajo adentro se reflejará aquí afuera.
- Amado Hermano, que privilegio tenerlo a usted de Maestro en esta labor.
El hermano forastero, en un arrebato de amor, tomó la mano del anciano y la besó, los ojos del Maestro brillaron de forma muy especial por un instante, envolviendo al discípulo en una Luz imperceptible para los mortales. Por fin el Maestro le dijo:
- No olvides que el trabajo lo debes hacer tú sólo; yo te indicaré las técnicas pero el resto es tuyo. Debe salir de adentro. Allí está el verdadero Maestro, ese si que es un gran jardinero.
- Por favor indíqueme por donde comenzar.
- ¿Dime, qué es lo que ves aquí en el jardín?
- Veo bellas flores distribuidas por doquier.
- ¿Sabes qué son esas flores? son tus conocimientos, pero hay algunas flores cuyos colores no me gustan del todo. ¿Ves aquéllos claveles de color rojo encarnado? Eso representa una pasión dominante que afea un poco la armonía del conjunto. Debes trabajar hasta que esa planta dé flores de color blanco o de un rojo más suave. Hum, y aquí hay más; de qué le sirve al hombre, por ejemplo, cultivar el arte de la música, un arte sublime que eleva hasta los cielos. ¿De qué le sirve si lo empequeñece con sus pasiones mundanas de orgullo, vanidad o egoísmo? esos son los colores que tienen algunas de tus flores, colores de envidia, colores de duda... Por eso se puede tener mucho conocimiento y estar sin embargo lejos de Dios.
- Maestro, estoy muy apenado, me siento indigno de estar aquí, de estar junto a usted.
- ¿Por qué? ¿Por lo que te he dicho? no hijo, no. Lo que ocurre es que hay que trabajar duro para purificar y embellecer esto, para eso estamos aquí en la tierra, la mayoría de las veces no nos damos cuenta de la maleza que ahoga a nuestras rosas. Son tan propias del jardín que hasta que no nos tropezamos con ellas y nos golpeamos, no las vemos, o sea, no tomamos conciencia de esos defectos. ¿Quien se llama a sí mismo orgulloso, cruel? nadie. Todos se justifican diciendo: no soy orgulloso, yo realmente valgo más que los demás, no soy egoísta pues esto lo gané y es mío, no soy cruel, sólo justo ¿ves? ah, sí, la maleza se oculta muy hábilmente.
-¡Cuanta sabiduría hay en sus palabras!
- Pero muchas más encontrarás ahí dentro, en tu pecho.
- Bueno, eh... ¿por dónde comienzo? la tarea se me ocurre gigantesca.
- Creo que por hoy tienes bastante. Retírate nuevamente a la soledad y medita sobre todo esto, pero antes quiero que escuches la palabra del jardinero más grande que ha pasado por estas tierras, le llamaban Jesús, el hijo de María. El dijo sabiamente: "Hay muchos árboles, no todos dan frutos, hay muchos frutos, no todos se pueden comer". Muchos también son las clases de conocimientos, pero no todos tienen valor para los hombres.
En la soledad del bosque pasó todo el día el hermano forastero, cada árbol, cada flor, cada pájaro adquiría nuevo significado, una nueva dimensión. Otra noche soñó, en unos lloró y cuando despertó su almohada estaba mojada y sus ojos rojos. El jardinero interno había estado trabajando toda la noche. Mucho tiempo trabajó en su jardín bajo la mirada atenta de su Maestro. Poco a poco las flores fueron cambiando de colores, los bajos deseos fueron siendo
reemplazados por deseos altruistas, cada vez se unía más a Dios, cada vez se desprendía más de lo superficial y mundano. Un día consultó afligido a su Maestro:
- Maestro estoy un tanto confundido, han comenzado a salir algunas hierbas que no conozco, o sea, que no he plantado, ¿Qué significa esto?
- Ya te lo expliqué una vez, eso significa que en nuestro jardín no sólo crecen las semillas que nosotros plantamos, sino que cualquier semilla puede prosperar en la tierra fértil ya sea útil o nociva, por lo tanto debemos estar atentos a lo que entra en nuestro jardín. Ya puede que por el aire ocasionalmente o ser arrojada por un vecino; insisto, debemos seleccionar y controlar la calidad de la semilla. En nuestra mente alguien susurra un pensamiento y enseguida éste cobra vida propia y luego si es nocivo debemos luchar para arrancarlo, por eso hay que estar siempre pendiente.
- Hum... otra cosa Maestro. He seguido todas sus instrucciones y sin embargo algunas plantas crecen raquíticas y con sus hojas amarillentas ¿En qué me habré equivocado?
- ¿Has removido bien la tierra?
- Sí.
- ¿Y has regado bien los tiernos brotes?
- Sí, sí.
- Entonces veremos qué es lo que anda mal. Ajá, eso es ¿ves esos árboles que rodean tu jardín? son tan frondosos y tienen tantas ramas que no dejan pasar el sol y sin sol las plantas no prosperan. Esos árboles simbolizan las ciencias mundanas que llenan tu mente, hay muchos conocimientos que a veces nos impiden ver la realidad, nos impiden ver la luz. Debemos podar esos arboles para que dejen pasar la luz; por eso, a menos que seamos puros e inocentes como los niños no podremos entrar al reino de los cielos.
- Pero eso significa que debo derribar esos árboles? ¿Significa que debo vivir en la ignorancia?
- No, hijo, no. Sólo debes podar las ramas que impiden la entrada de la luz y del aire. Una vez que hayas alcanzado la verdad por otro camino, el interior, verás como se junta con el de la ciencia y como ésta cobra otra dimensión y otro significado diferente del que antes tenía.
- Mucho he de meditar sus palabras para comprender a fondo la verdad.
- Pero recuerda en última instancia esto: Las plantas reciben la vida del sol, símbolo de la Luz y nosotros también dependemos de la voluntad infinita de Dios para progresar en el sendero. Por esto siempre debemos confiarnos a su omnipotencia, sin Él nada somos.
- Antes de irme, una última consulta, Maestro. El otro día una bandada de pájaros invadió mi jardín, eran horribles, de un aspecto feroz y arrancaron flores y se comieron muchas semillas. De seguir así pueden destrozar mi jardín. ¿Qué hago? ¿Debo defenderme?
- Hijo mío, si tratan de destruir tu jardín debes luchar valientemente empeñando la vida en ello, a toda costa debes ahuyentarlos, debes comprender que ellos no tienen ningún poder sobre ti, tienen sólo el poder que tú les des. Esos pájaros son las ideas y los pensamientos negativos, la superstición y la ignorancia que nos sumergen en las tinieblas, son los fantasmas que tratan de deformar nuestros propios conceptos. Aléjalos de tu jardín, no tienen poder sobre ti si tú no se lo das. Ten siempre presente que no podemos impedir que bandadas vuelen sobre nuestro jardín, pero lo que sí podemos es impedir que hagan sus nidos en él. Reflexiona sobre todo lo que hemos hablado, saca tus propias conclusiones y lo más importante, aplícalas a la vida diaria.
Mucho trabajó el hermano forastero en su jardín. Poco a poco se fue produciendo un cambio en él. Las flores de su jardín eran blancas, azules, puras, esbeltas, casi no había ya malezas en su tierra. Una paz inmensa y una gran armonía con las leyes cósmicas iluminaban su rostro. La impaciencia que antes le dominara, la envidia que alguna vez le atormentaba, la duda, el egoísmo, todo había sido trasmutado, purificado.
El Maestro que seguía atentamente el progreso de su discípulo le habló así cierto día.
- Querido hermano forastero, has hecho grandes progresos, has aprendido a cultivar tu jardín. Creo que ya está muy cerca el día en que tu más caro anhelo será satisfecho.
- ¿Se refiere a mi entrevista con el gran Maestro?
- Sí, te he observado y he comprobado que has purificado lo suficiente tu cuerpo como para poder resistir su presencia. Deberás por lo tanto prepararte durante tres días. Harás ayuno, meditación y entonces visitarás la Catedral de los Sonidos. Pero para todo esto te espera un guía.
- ¿Y ya no trabajaré más junto a usted?
- No. Ahora debes seguir solo el camino. Esta es nuestra despedida.
- Pero yo todavía no me considero preparado, eh... quisiera quedarme más a su lado, un tiempo más.
- Querido hermano, ya sabes lo necesario. Ahora tu misión será viajar por el mundo tratando de arrojar semillas en los jardines que encuentres a tu paso. Comprende, serás un nuevo sembrador, uno más de los que andan silenciosos trabajando para el gran jardín del Señor.
- Maestro, lo extrañaré mucho.
- Yo también, querido hijo, pero cada uno tiene su misión en la vida y debemos cumplirla cabalmente aunque queden en el camino jirones de nuestra propia carne. Ya se acerca tu guía.
- Por favor, su bendición.
- Hijo, no tortures más nuestros corazones.
El discípulo se había postrado a los pies del Maestro. El anciano hizo un signo sobre la cabeza del discípulo, luego colocó sus dos manos sobre los hombros y elevando su mirada al cielo murmuró: "Señor, protéjelo" Luego ayudó a levantar al hermano forastero. En el aire se percibía una intensa vibración que parecía salir del pecho del Maestro; de sus ojos brotaba una dulzura arrolladora. Los árboles mecieron sus hojas agitadas por extraña brisa, parecían despedirse de su amigo. El perfume de las flores se esparció con más fuerza por todo el lugar.
En el jardín del discípulo un capullo de rosa se abrió inmenso, rojo, como el fuego abrasador del Amor que ardía en aquellos corazones. El guía le tomó suavemente de un hombro y lo condujo hasta sus habitaciones. Allí permanecería el hermano forastero preparándose sumido en profunda meditación y contemplación. Su alma estaba extasiada como si hubiera traspuesto un umbral hacia una nueva dimensión. El tiempo carecía de significado. Al cumplirse el tercer día, el guía se presentó nuevamente.
- Hermano, te conduciré ahora a la Catedral de los Sonidos. Allí terminarás tu purificación y entonces estarás listo para la magna asamblea.
- Te sigo, respetable guía.
- En la Catedral sentirás con todo tu Ser, sonidos muy especiales. Allí recibirás vibraciones que elevarán tu alma hasta un estado especial en que podrás comulgar con los Maestros Cósmicos tanto como te lo permita tu propia naturaleza. En algún momento puedes sentir cierta aprehensión, cierto temor, pero pronto pasará. Que nada turbe tu paz interior. Allí está, en aquella suave colina, acércate lentamente para permitir que tu estructura molecular se armonice con las vibraciones. Es más fácil, ya verás. Ellos serán tus guías. ¡Paz Profunda!.
- Paz Profunda, hermano.
Lentamente se encaminó hacia la colina. El lugar era imponente. Lejos, a cada costado de la escena, unos pequeños bosques interrumpían la ondulante línea de la colina y, en su centro, majestuosa, radiante, la Catedral de los Sonidos. Desde lejos parecía una semiesfera de marfil
con una aguja en su centro apuntando directamente al cielo. Al irse aproximando, nuestro amigo percibió algo semejante a un coro gigantesco. Una onda de vibraciones salió a su encuentro, chocó contra su pecho, le paralizó. Una voz interior le dijo que se detuviera por unos momentos. Luego la presión disminuyó, entonces volvió a avanzar lentamente. Los sonidos se percibían cada vez con más fuerza, las vibraciones envolvían el cuerpo, le hacían tremolar junto con ellas. Un estado indescriptible se apoderó de él. Los sonidos subían y bajaban rítmicamente, parecía como si el corazón del Universo latiera allí, en esa catedral. Por momentos parecía como si su cuerpo se disolviera en aquella atmósfera. Cerca de aquélla semiesfera comprobó que lo que antes tomara como una aguja apuntando al cielo, no era sólida, era pura energía, energía que subía y bajaba del cielo a la esfera y de la esfera al cielo en constante flujo. Nuestro amigo no percibió puerta o abertura alguna para entrar pero no obstante siguió avanzando, como atraído por mágico encanto. Los sonidos le habían embriagado, le parecía que la esfera tampoco era sólida. Continuó avanzando lentamente y penetró dentro de ella. Allí los sonidos ya casi no se oían, más bien se percibían como una sensación vibrátil en todo el cuerpo y finalmente se concentraba en el centro de la cabeza. Una luz potente y que a la vez no dañaba sus ojos, lo rodeaba, lo penetraba. Todo era luz, no podía ver otra cosa que no fuera luz. Se le antojaba que era casi corpórea, como si fuera una nube luminosa que desdibujaba hasta sus propios contornos, su cuerpo parecía perder densidad, sólo su mente conservaba su identidad, era una extraña comunión con el todo. No sabía si veía, si eran imágenes reales o sólo un producto de su fantasía, pero delante suyo, tal vez cerca, tal vez lejos, se dibujaba una mesa con un blanco  mantel.
Sobre ella, contrastando con su blancura, una mancha roja.
Quiso avanzar pero una fuerza lo contuvo. Esperó allí, extasiado con una armonía como jamás había experimentado. Los sonidos alcanzaron un punto máximo y luego fueron bajando de intensidad. Un gong grave, profundo, sonó al tiempo que se abría algo como una puerta. El corazón del hermano forastero se detuvo anhelante. Por aquella puerta aparecieron en prolija fila Seres que más que hombres parecían ángeles luminosos.
Estaba viendo, sintiendo, percibiendo la presencia de los Maestros Cósmicos. Sus piernas se aflojaron y cayó al suelo de rodillas, las manos entrelazadas y el rostro cubierto en lágrimas.
Con la visión deformada por las lágrimas vio como aquellos Seres se acomodaron en sus respectivos lugares y tomaron asiento, sólo uno permaneció de pie, alto, fino, indescriptible. Su voz resonó en todo el ámbito de la catedral, potente como un trueno, pero suave a la vez como el aleteo de una paloma.
- Hermanos muy amados del reino de la Luz, venimos a este santo lugar para despedir a un viajero que por sus esfuerzos y su Amor, ha alcanzado la iluminación. En las sagradas enseñanzas se indican claramente cuales son las metas que están dentro del jardín de la verdad.
El propósito es conducir al hombre para que pase a través de los grandes portales de ese jardín.
Hasta que no estemos todos dentro del jardín donde florecen constantemente las flores de la verdad y de donde se ha extirpado la cizaña de la falsedad, los grandes Maestros de esta fraternidad no estarán satisfechos de su obra. En este jardín no existen las flores púrpuras de la opinión personal, no existen las flores amarillas de los deseos egoístas, no existen las flores de la parcialidad apasionada y de la autodecepción, sino, justamente las inmaculadas flores azules y blancas, flores de la verdad simbolizando la pureza y el conocimiento. Para alcanzar ese jardín nos hemos reunidos de manera que podamos hacer el viaje juntos. Recibe pues, hermano forastero, nuestra bendición y nuestro apoyo. En los momentos más difíciles de la lucha estaremos contigo. Sigue los senderos que Dios te ha trazado y cuando nos llames, allí estaremos.
Quiero darte en prueba de nuestro Amor, esta rosa roja que simboliza el fuego purificador que debe arder en todos los corazones de aquellos que han visto la Luz. Toma, guárdala junto a ti.
Aquel Ser luminoso tomó una rosa roja que estaba sobre la blanca mesa. Lentamente avanzó hacia el hermano y le extendió la flor. El joven tomó la rosa de aquellas manos que se extendían hacia él.
Su corazón latió desbocado, aquellas manos eran conocidas, eran las manos de su muy amado Maestro jardinero. Levantó tímidamente los ojos y miró aquel rostro iluminado. Sí, allí estaba su Maestro, el humilde jardinero, cuanto tiempo juntos y él ciego, sin comprender que aquel era el Iluminador.
Aquellos ojos y aquel rostro fueron lo último que vio. Cuando despertó, estaba tendido en la nieve, blanca, inmaculada. Se encontraba cerca de un poblado. Miró ansioso buscando las paredes del monasterio, buscando a sus amigos. Nada había. Estaba solo en medio de aquella blancura desmembrante. Se incorporó despacio y a su lado vio una mancha roja, la levantó en sus manos. Era una hermosa Rosa Roja.

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