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Objetivo del curso
Queremos dejar claro aquí, desde un principio, que nosotros no intentamos convencer de ninguna teoría; no se trata de afiliarse a ninguna opción de creencias, Aquí sólo mostramos las experiencias que a nosotros nos han servido en nuestro caminar: desde solventar las dificultades normales de la vida, hasta encontrarnos al máximo de nuestras potencialidades.
Por tanto, ofrecemos tan sólo nuestra experiencia. Porque, aún siendo conscientes de que la experiencia es totalmente personal e intransferible, sin embargo, también venimos experimentando con otros compañeros de camino que si se realizan y desarrollan los ejercicios que iremos mostrando, una vez vivenciados, e interiorizados, cada uno conseguirá su “objetivo”.
Por tanto, mi “método” y los ejercicios propuestos se pueden seguir de una manera general a través de esta página, o más, ajustadamente, con mi propia ayuda y seguimiento personalizados.
En estas páginas no podemos desarrollar todo nuestro método de forma completa. Sobre todo, porque, como hemos dicho, éste consiste en un seguimiento personal, atendiendo a las características sicosomáticas y circunstanciales particulares. No obstante hay aspectos que pueden considerarse generales por lo repetitivos.
Todas las culturas y todos los analistas antropólogos y psicólogos aceptan unos biotipos comunes. Y, por ello, hay características que son fundamentales y básicas en todos los seres humanos, y, por ello, válidas para cualquier seguimiento individual.
Conscientes de que, en estos primeros pasos, es muy difícil el autodidactismo, nosotros damos aquí esas pautas generales, para que el lector se vea reflejado y, en cierto modo, se despoje de esas dificultades y prejuicios para entrar en estos terrenos de la evolución interior o del objetivo que en estos terrenos se trate.
¿Por qué hablamos de objetivo?
Llámenlo, como quieran: propósito, intención, finalidad, aspiración, anhelo, ideal, empeño, plan, empresa, norte, mira, meta, incluso designio, destino, etc.
Por el mero hecho de vivir y ser consciente, el ser humano está continuamente proyectado hacia alguna finalidad. En el plano más biológico y más o menos inconsciente podríamos decir que es la supervivencia (desde respirar hasta defenderse del medio, pasando, obviamente, por la alimentación). Pero el ser humano parece el único animal que no se limita a ese plano y es capaz de realizar actividades incluso contrarias a las finalidades más básicas: puede ponerse en huelga de hambre, no comer por motivos estéticos, incluso puede decidir suicidarse. El ser humano es ese animal extraño que hace cosas incluso solamente para “pasar el tiempo”.
Ha convertido la mera reproducción en el ars amandi, y en utilizaciones no tan saludables de los órganos reproductores.
La básica alimentación la ha transformado en gastronomía, en consumismo y en nefastos e insalubres desajustes alimenticios.
La defensa ante el medio hostil ha derivado en toda una logística castrense, en ansia de poder, en nefandas ideologías y guerras cruentas para millones de “enemigos”, de “amigos”, al fin y al cabo, de compañeros de especie, incluso para uno mismo.
No pretendo ni mucho menos hacer juicios de valor moral desde el baremo de la naturaleza, desde una ley natural como si esta fuera la sede de los valores morales, sino una descripción de situaciones más o menos ajustadas a una supuesta finalidad básica y natural.
Obviamente, por poner un ejemplo claro, si el objetivo es la salud y la supervivencia, parece obvio que el hecho de fumar es contrario a ese objetivo. Pero no lo es tanto, si el objetivo (más o menos voluntario), es un instante placentero para el fumador. Además, es la suma de muchísimos de esos instantes la que es perjudicial. Por eso es tan difícil de ver el contrapeso de veinte o treinta de esos instantes al día, incluso durante 50 años.
Si el objetivo es la salud síquica, a veces es más pernicioso, como he dicho tantas veces, el cáncer de la obsesión psicológica por dejar de fumar que los cigarrillos mismos. Más allá de la clara alienación adictiva.
El caso es que el ser humano se “mueve” por objetivos. Ya sé que hay grandes sabidurías que dicen precisamente que hay que procurar no tener objetivos. Que no hay que buscar, ni desear, etc, pero lo cierto es que el “hay que… para” esconde también en esas teorías, un cierto objetivo.
Una de las claves para las que después señalaremos algún ejercicio sencillo y eficaz consiste en descubrir qué es lo que realmente y sencillamente, “queremos”, “buscamos, “esperamos”, “anhelamos”. Sin autoengaños, sin tapujos, sin tampoco obsesiones, ni demasiada luchas.
Cuál es el objetivo
Sin entrar en muchas disquisiciones metafísicas o antropológicas, miremos por donde miremos, observamos que el ser humano es un animal, digamos, insatisfecho.
Desde un punto de vista esencial parece incompleto, siempre desarrollándose. Es como si fuera un animal en busca de algo.
A lo largo de la historia se ha dado por hecho que lo que el ser humano busca es la felicidad.
Bajo cualquier nombre que le demos: tranquilidad del alma, bienestar, salud psíquica…
Permítanme usar un término para todo esto, que me quedó claro ya desde hace mucho tiempo en mis andanzas con el maestro Pérez Gago. Escribía él por los años 60 que lo que fundamentalmente anhela el ser humano es su BIENSER.
Todas las grandes culturas, sabidurías y ciencias sicológicas parten de que el ser humano es un ser que no ES plenamente.
Esa escisión con su esencia le lleva constantemente a una búsqueda de su íntegro SER. Una recuperación de nuestro ser, de nuestro genuino ser, escondido en las turbulencias de la educación, la socialización, y los hábitos adquiridos y rutinarios.
Entonces, permítanme resumir el objetivo en una expresión:
Descubrimiento del YO