Supérate a ti mismo - Entrevista a Antonio Parrilla

Los invisibles

"Hay la sensación de vivir el momento más terrible, el último de la historia"

| Actualizado 27.09.2008 - 05:03

Antonio Parrilla, en una heladería de la calle San Jacinto, en Triana.

ESTUDIÓ Químicas y Psicología, aunque su pasión es la Filosofía, a la que por quinto año consecutivo convocará en la Casa de las Columnas de Triana. Pescador de estrellas, Antonio Parrilla (Villanueva del Río y Minas, 1943) descubrió en París que los niños vienen de Triana.

-¿Trabajó en la mina?

-Villanueva ahora es un pueblo fantasma. Mi padre sí fue jefe minero y llegó a ser alcalde.

-¿Le atrae la política?

-Como nos enseñó Epicuro, la política es el arte de hacer difícil lo fácil, a diferencia de la filosofía, que es hacer fácil lo difícil.

-¿Cómo se llevan en su caso el psicólogo y el filósofo?

-La psicología es la más científica de las filosofías y la más filosófica de las ciencias.

-¿Va más gente a su consultorio de filósofo que al de psicólogo?

-En esta sociedad hay una tendencia a medicalizarse. Aunque no estoy de acuerdo con el contenido, sí con el título del libro Más Platón y menos Prozac.

-¿La Química se cruzó en su vida?

-Es lo que estudiaron mi padre, un hermano y mi cuñado y pensarían que me servirían sus libros.

-¿Y qué lo dejó sin fórmulas?

-París. Me fui con mi chica a París los años 69, 70 y 71. De alumno del San Francisco de Paula a convivir en un barrio con tunecinos y argelinos. Pasamos la luna de miel en la Renfe. Como jefe de la tribu, sólo faltó que al padre de mi chica le diera la manta y el caballo para llevármela. A mi madre le dije que tenía un alto cargo en el Metro de París. Subía bastante, eso sí, para limpiar fluorescentes y cambiar vallas publicitarias. Y ella trabajaba de chica go-gó y de chacha.

-¿Qué le enseñó París?

-Que aquello era lo otro. Todavía quedaban los rescoldos de mayo del 68. Allí me di cuenta de los años que nos habían robado. Tampoco hay que ser muy traumático, porque cada cual tiende a singularizar su propio infierno.

-¿Cómo encontró Sevilla?

-Aquí llegaba tarde todo, desde el mayo francés a Elvis Presley. Pero el movimiento estudiantil surge antes en Sevilla que en París. En parte por mi maestro Agustín García Calvo. Es curioso. Cuando yo estudiaba Químicas en la Fábrica de Tabacos, en sus clases era el más eminente de mis vecinos. Puede que en París coincidiéramos con su exilio. Pero no lo conocí en persona hasta el XVI congreso de Jóvenes Filósofos que tuvo lugar en Umbrete. Los dioses son así de severos, sobre todo con los que hemos intentado robarles el fuego para compartirlos con nuestros semejantes.

-¿Se siente filósofo de Triana?

-Desde que Copérnico nos desplazó del centro del Universo, uno tiene que aceptar muchas cosas. En Triana conjugo a Descartes, Kant y Wiggenstein y en Castilblanco de los Arroyos vivo el contacto rousseauniano con la naturaleza y toco el piano sin molestar a los vecinos.

-¿A quién le interesa la filosofía?

-A quien tiene un mal recuerdo porque dio con un funcionario que se la enseñó.

-¿De qué hablan?

-De que la felicidad no consiste en hacer lo que uno quiere sino en querer lo que uno hace; de averiguar de qué color son las amapolas o de la cárcel de los sentidos. Nietzsche nos enseñó lo apasionante de la conciencia lingüística. La asimilación entre pensamiento y lenguaje es tan radical que muchos de los problemas de hoy son seudoproblemas por el mal uso del lenguaje. Tienes que ser un francotirador para hacer terapia del lenguaje y disolver esos problemas. El lenguaje te seduce y crea la realidad.

-¿Cómo conoció a su mujer?

-La conocí en una fábrica de cemento de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, cerca de Villanueva del Río y Minas. Una fábrica que cerró. Las crisis son pendulares. Cualquier autor tiene la sensación de que está viviendo los momentos más terribles y últimos de la historia. Hay que sacar el lado positivo de las crisis y las contradicciones. Lo que no te mata te hace más fuerte.

-¿Lo ha comprobado?

-En la Nochebuena de 2006, estando en Castilblanco, me dio un ataque de pancreatitis. Un dolor terrible que no se puede expresar con palabras. Deseas tu propia muerte para escapar de él. Estuve dos meses en el Virgen del Rocío y perdí treinta kilos. Yo estaba convencido de que el hombre era Historia y Cultura, pero me di cuenta de que sólo somos cuerpo. Sigo fiel al consejo de Hipócrates: Non noscere (No hacer daño).

-¿Por qué no hizo Filosofía Pura?

-Estaba recién casado y la filosofía era una amante demasiado exigente. Me puse a trabajar en la industria farmacéutica.

-¿A Sevilla le gusta filosofar?

-En cualquier esquina. El clima no es propicio para los grandes sistemas, sí para la filosofía. Lo da el observar, el oler, el tocar.

-¿La mejor lección?

-Soy pescador de estrellas con el telescopio. De noche, en el campo, con los gatos, te das cuenta de lo pequeño que eres; de que el yo es un saco de vanidad que hay que adelgazar. Estoy intentando adelgazarlo hasta convertirlo en un yo gramatical, pero mi mujer es una cocinera excelente.

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